INTRODUCCIÓN

Durante el Precámbrico el zócalo de la Península ya había hecho su aparición. Arrasado en los periodos siguientes, la orogénesis alpina acabó levantando los granitos durante la Era Terciaria y aparecieron las cumbres del sistema central. Un poco después, (no más allá de veinte millones de años) los glaciares del tiempo frío modelaron las cumbres, comprimieron los estratos, cuartearon las rocas, dejaron sus huellas en los lagos de la montaña y desgastaron las aristas vivas de las piedras. Por último, en la Era del Franquismo, se levantó con material plutónico, el Valle de los Caídos. ¿Una edad de piedra o una edad de hierro?

Admirado por unos y aborrecido por otros, no está en cuestión su monumentalidad. ¿Hipogeo de los vencedores de la guerra civil?, ¿campo de concentración para los vencidos?, ¿monumento a la gloria del régimen del 18 de julio? Pocos empeños humanos son del todo puros, y acaso algo de todo ello contaminó el empeño original. Pero, más que a las glorias de la victoria, cantan la piedras del Valle de los Caídos los horrores de la guerra; no alabanzas a un régimen político, sino memoria de una cruenta guerra entre hermanos, y plegaria para que jamás tenga lugar pareja tragedia. No debe verse como acción de gracias por el triunfo, sino impetración de la paz. Y si alguien tuvo o tiene otra visión, no nos cabe duda, yerra.

Al final de la contienda que tuvo lugar entre 1936 y 1939, se alzaron, las más de las veces espontáneamente, cruces en recuerdo de los muertos. E incluso se dictaron normas imperativas por la autoridad del momento, que no fueron siempre acogidas de buen grado en sectores religiosos. Así, el cardenal Segura, que se negó en redondo a que en su catedral se instalase una placa conmemorativa de ese género;  y así también la dura reflexión de José María Escrivá, para quien alzar una cruz sólo para recordar que unos han matado a otros sería levantar el estandarte del diablo.

Pero en el Valle de los Caídos no hubo tal, ni aquel enorme monumento se alzó para regodearse en una victoria, ni se quiso, desde bien pronto, que fuera trofeo funeral de vencedores, sino acogedor lugar de descanso de los combatientes de ambos bandos, hermanados por la lucha y por la muerte. Esa voluntad acogedora y hermanadora, al margen de opciones políticas, es su más hermosa realización. 

Desdichadamente, no todos opinan lo mismo. Y hasta hay quienes han pedido la exhumación de los restos de quienes están allí enterrados. Semejante pretensión fue contestada con sensatez por Joaquín Leguina, quien la calificó de “absurda y arbitraria".  "-Forman parte de la historia; dejémoslos en paz" , dijo. (El País, 26 de julio de 1983). 

Advierten Carr y Fusi que en la construcción del Valle trabajaron unos veinte mil hombres, un porcentaje de los cuáles, no se sabe cuántos, eran presos políticos. Y en ello está, para algunos, el pecado original de monumento, que les resulta aborrecible también por otros detalles. Entre ellos, el enorme coste que supuso, en años de penuria: 1.086.460.381 pesetas, procedentes, se dice, de una discutiblemente voluntaria cuestación para el esfuerzo de guerra que había provocado la indignación de bastantes, entre otros, la de Alejandro Corniero, Vieja Guardia de la Falange, quien a partir de entonces se divorciaría completamente del Movimiento franquista. 

La postura crítica contra el monumento está archipresente en la historiografía actual y da igual que sea académica o no porque las conclusiones convergen hacia lo mismo.  Son multitud los que tiran contra él desde Otros hombres o Los felices cuarenta, cargando las tintas como si fuera el único ejemplar que hubiera recurrido al trabajo de penados. Y en base a ello se ha construido una nueva leyendita negra -a tiro de piedra de El Escorial- dirigida ahora contra el Caudillo “solo responsable ante Dios y ante la Historia” que había vencido en el campo de batalla a sus enemigos y que se permitía el lujo de preparar con tiempo su última morada. También el cine, poderoso recreador de la historia, se ha involucrado de forma tangencial -Espérame en el cielo- o de forma directa -Los años bárbaros- en los azares de su construcción.

En algunos casos fueron los sujetos activos, muy a su pesar, de la construcción quienes contaron la historia. Pero de la enemistad a la obra participaban algunos otros. En los jardines de las villas valerias se conspiraba contra Franco al calor de las brasas mientras se hacían las chuletas. Allá abajo se divisaba con nitidez la cruz del Valle que  estimulaba la producción de ácidos con que aliviar el pesado refrigerio. La ignominiosa construcción de aquel engendro -calificado por quien fue crítico de arte de Triunfo, Moreno Galván (q.e.p.d.) de “mierda” (Colegio Obispo Perelló, principio de los setenta)- no tenía parangón en la historia. Intentar recordar innumerables realizaciones  de la arquitectura o de la ingeniera donde habían colaborado penados, inútil.  Los gulags de Stalin eran parques de atracciones para que reflexionaran los revisionistas y los equivocados servidores del imperialismo fascista. Sólo la construcción del Bielomorkanal dejó en el hielo quince mil cadáveres ¿Sufrió Nicolás Sánchez Albornoz un trato más despiadado que cualquier Ivan Denisovich?

Sea como sea, la historia no tiene marcha atrás y, puesto que el monumento está ahí, parece lógico buscar en él, y enfatizar, sus aspectos más limpios y reconciliadores. 

Los datos y documentos que ofrecemos en esta página proceden de fondos propios y de guías editadas por el Patrimonio Nacional, pero, sobre todo, de la estupenda obrita que escribiera el fallecido Padre Gregorio OSB, quien, además de sus estudios y lecturas, tuvo la oportunidad de conocer y tratar a muchos de quienes llevaron a cabo la monumental obra. 

Quiera Dios que nuestro pequeño esfuerzo sirva para ayudar a ver en el Valle lo que siempre debió ser: fosa que ampare a “todos los que cayeron, a los de a un lado y a los del otro; y a los de enmedio", como solicitaba Javier Martín Artajo en el Ya, el tan lejano 18 de julio de 1957; como plegaria en piedra para se cumpla la voluntad testamentaria de quien yace bajo la lápida que antecede al altar de la Basílica: que nunca, nunca jamás, volvamos los españoles a vertir sangre en discordias civiles.

Equipo VKi2
Noviembre del 2003